El Congreso de la República está discutiendo un proyecto de ley que básicamente prohíbe a los congresistas electos abandonar los partidos con los cuales llegaron al Congreso. Se argumenta que los representantes fueron electos bajo un conjunto de principios representados por un partido político y no pueden traicionar dichos principios cambiando de camiseta en medio de su mandato. Todo esto suena bien. Es más, si uno mira las cifras 28 de 120 congresistas ya renunciaron a sus agrupaciones de origen por distintas razones y ahora son parte de otros grupos políticos o de cosas medio cantinflescas como ser parte del grupo de los no-agrupados.
La propuesta cree que el transfugismo se frenará con la amenaza de expulsar del Congreso a todo aquel que cambie de camiseta. Olvidan nuestros padres de la patria que el detrás de toda decisión no sólo están los castigos sino en general los incentivos. Frente a ese esquema lo que el proyecto obtendrá, si es aprobado por el pleno del Congreso, es que el número de tránsfugas se reduzca a cero pero el número de apestados, esos que nadie quiere tener al costado, sea exactamente igual al número de tránsfugas bajo el esquema actual.
El Congreso se olvida que la razón de fondo detrás del impresionante número de tránsfugas es la forma como los partidos arman sus listas de congresistas. Inclusive una razón de mayor fuerza son las propias características de estos partidos. La mayoría de los partidos políticos tienen menos de 10 años de historia, ¿cuáles son esos intereses o principios comunes que vinculan de manera sólida a los congresistas de alguna agrupación? En la medida que los partidos políticos sean uniones de corto plazo y los individuos que deciden afiliarse a ellos o acepten ser invitados las vean como compromisos de corto plazo seguirá el problema de que las bancadas no actúen como tales, ya sea que les pongamos el sobrenombre de tránsfugas, apestados, exiliados o asilados.
El problema está en que no se han puesto las reglas para que los partidos y sus bancadas sean sólidos. Esas bancadas no van a serlo de aprobarse esta ley. Los apestados o los tránsfugas no votarán con sus antiguas bancadas y lo peor es que seguirán comportándose como llaneros solitarios en el Congreso. Cada uno velará por su supervivencia y por lo tanto seguiremos con el show de competir por el ser el congresista con más proyectos de ley enviados por semana aunque más de la mitad de ellos sean intrascendentes y nunca sean siquiera discutidos.
Al transfugismo no se le puede combatir con la amenaza de echarlos del Congreso. Lo que se puede hacer es someter al nuevo conjunto de congresistas que elegiremos en el 2006 a otras reglas como la eliminación del voto preferencial para que se privilegie la posición de la bancada y no del individuo. En ese mismo sentido actuaría una reforma del Reglamento del Congreso que exija la presentación de proyectos por bancada y no a titulo individual. No busquemos eliminar a los tránsfugas sino aquellos incentivos que premian volverse tránsfuga.
Publicado en El Comercio, Junio 2, 2005
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