Thursday, February 01, 2007

La riqueza de las personas

Desde que Adam Smith escribió hace más de 200 años «La Riqueza de las Naciones» los economistas hemos insistido cargosamente en la importancia de la especialización como herramienta de generación de mayores riquezas. En un mundo en que se especializa más y más cada trabajo, cada proceso y cada detalle lo fundamental es que exista un intercambio de bajo costo. Sería absolutamente imposible seguir la estrategia de la especialización si los costos de intercambio fueran prohibitivamente altos.

Pongamos un ejemplo para aclarar el tema. Imaginemos por un momento que este columnista en realidad es un connotado novelista que vive de vender sus manuscritos a las casas editoriales. Si no pudiera hacer la transacción con dicha casa editorial mi manuscrito jamás se transformaría en libro y por lo tanto yo perdería lo de connotado y me quedaría con lo de novelista y punto. A esto los economistas le llamamos costos de transacción. En este caso podrían ser muy altos porque alguien tiene que asegurar que el contenido de mi novela es original, y alguien debe asegurar que nadie más se apropie de dicho contenido y publique antes lo mismo pero con otro sello editorial.

Son dos los elementos que son fundamentales en cualquier transacción. El primero es la posibilidad de contar con un sistema que garantice los derechos de propiedad. Lo segundo es tener un mecanismo que permita hacer cumplir los contratos. Sin estos dos pilares la especialización será parcial. Y por lo tanto, los beneficios de dicha especialización serán igualmente limitados.

El novelista estaría perdido si tuviese que editar, publicar y vender por sí sólo su manuscrito. El no podría asumir el enorme costo fijo de tener una imprenta, o una cadena de distribución. Sencillamente sería una ocupación que nadie aceptaría y quienes quieran contar historias lo harían en las plazas donde la gente les daría algo a cambio por sus historias. Es decir, regresaríamos a los tiempos de juglares y trovadores de la Edad Media. Aun bajo ese escenario quienes destacaran por su capacidad para contar historias serían los que podrían acumular mayor riqueza pues seguramente serían los que se convertirían en bufones de la corte de algún rey.

Pero lo importante aquí es remarcar que el novelista estaría igualmente perdido si es que no hay forma de que se respeten sus derechos de propiedad, como los derechos de autor. Si un novelista puede perder su camisa (y sobre todo parte importante de su patrimonio) como resultado de una transacción con alguien que se compromete a editar y publicar su obra, entonces ese tipo de negocios se reducirán. Pregúntenle a Nicolás Yerovi quien ha sido demandado por plagiar... ¡su propia obra! Es esta incertidumbre la que reduce el volumen de transacciones, y por lo tanto reduce la posibilidad de beneficiarse con la mayor especialización.

Parte de la garantía en estas transacciones proviene del Estado pero no toda. El Estado no es el único que administra justicia, ni tampoco tiene porque serlo. Es más, las encuestas muestran que una abrumadora mayoría cree que el Estado es un pésimo administrador de justicia. ¿El sector privado ofrece alguna alternativa mejor? ¿Funcionan tan bien acaso los mecanismos extrajudiciales de la conciliación, el arbitraje o la mediación? ¿Cuáles son las prioridades de la reforma de la administración de justicia en el Perú, mejorar lo estatal o lo privado? ¿Se ha preguntado usted cuantas cosas dejó de hacer porque teme caer en la ruleta rusa de la administración de justicia?

Publicado en El Comercio Febrero 1, 2007

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