Si usted escucha a alguien decir: “vivo a quince minutos de mi trabajo”, usted sabe con certeza que dicha afirmación es falsa. Nadie puede afirmar una cosa semejante –al menos no en Lima- porque el tiempo que demora depende totalmente de la hora en la que inicia el viaje. Puede que sea verdad a las 6:30am pero ese número se multiplica por cinco o seis veces a la hora punta. Ni hablemos si es que hay partido en el Monumental o concierto en el Jockey Plaza. En ese caso ya estaríamos en situación de catástrofe.
El otro día un amigo argentino que trabaja en Malawi, un país de los más pobres de Africa, nos contaba el impacto que tendría un programa social que les permitiría ahorrar alrededor de tres horas cada día a las mujeres. Bajo este novedoso programa ya no habría necesidad de ir a buscar agua a unos pozos que quedaban muy lejos del pueblo. Lo que se esperaba era un enorme aumento de la productividad de esas familias pues se estaba liberando valioso tiempo dedicado a una actividad que ahora se sustituía por una innovación en la infraestructura básica. Escuchándolo me vino inmediatamente a la cabeza nuestro diario peregrinar de la casa al trabajo. En muchos casos los limeños perdemos más de las tres horas que pierden las señoras en Malawi para buscar agua. Prácticamente es imposible hacer algo más durante ese tiempo pues parados en un paradero o sentados en una combi más vale que estemos mirando nuestros bolsillos para evitar sorpresas. Y para quienes lo sufrimos al frente del timón hay un riesgo enorme de contestar correos electrónicos mientras evitamos que algún microbús nos deje su recuerdo por ganar medio metro de pista.
Frente a este enorme costo de transacción el alcalde Castañeda responde mostrando su sonrisa más política invocándonos a tener un poco de paciencia. Podemos tener paciencia si es que viéramos eficiencia en el trabajo. Pero si lo que vemos es calles rotas donde el ritmo de trabajo es a paso de tortuga, la verdad es que provoca acordarnos de la madre del alcalde. En estas últimas semanas el tema se ha puesto singularmente peor. Visitar Barranco requiere de altas dosis de tranquilizantes. Almorzar en el centro de Lima es algo ridículo pues uno termina demorando más en entrar y salir del almuerzo que propiamente almorzar.
No sé si el llamado de atención del presidente surta efecto en el alcalde. Lo más curioso es que aún 7 de cada 10 limeños tiene una opinión favorable sobre el alcalde. No se de donde sacan tanta paciencia para soportar una calidad de vida tan pobre.
Saque su calculadora y haga el siguiente ejercicio para su caso particular. Pensando en los limeños diríamos que la remuneración promedio en Lima es algo así como 1200 soles. Por lo tanto una hora de su tiempo vale 7.50 soles. Si en promedio se pierde 2 horas diarias en el tránsito entonces ahí van 15 soles, eso al mes son 300 soles. Dado que hay más de 4 millones de trabajadores en Lima estaríamos hablando de algo más de 400 millones de dólares al mes en términos de la valorización del tiempo perdido. ¿Se atrevería el alcalde Castañeda a decirnos cuanto es lo que vamos a ahorrar en el futuro mientras en el presente seguimos pagando el costo de avanzar a ritmo de procesión por las calles de Lima? ¿No sería más barato para todos que se trabaje tres turnos todos los días? ¿O es que acaso los votantes sólo importan cuando las elecciones están próximas? Aprovecho para desearles felices fiestas patrias, si el tráfico se lo permite.
Publicado en El Comercio, Julio 24, 2008
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