Esta historia ficticia es sobre una persona que ganó con mucho esfuerzo y entre muchos competidores la licitación para atender el comedor del Congreso. Al comienzo todo estaba muy bien y los congresistas comían felices y contentos disfrutando la buena sazón del chef. Pero, al cabo de un tiempo de estar atendiendo el dueño del restaurante se dio cuenta que cada mes de cada diez billetes de cien soles que recibía uno era falso. Frente a esta situación, ordenó que nadie pagara con billetes de cien soles. Desafortunadamente, el mes siguiente el problema seguía pero ahora la estafa se daba con los billetes de cincuenta soles.
Frustrado se puso a sacar cuentas y se percató que esos ingresos que no recibía estaban poniendo en riesgo su rentabilidad y que debía de hacer algo para contrarrestar esta enojosa situación. Esta vez no se le ocurrió mejor idea que poner un cartel que decía “los precios subieron porque hay un cliente que siempre paga con billetes falsos”. Naturalmente, la mayoría de los comensales se quejaron amargamente pero el dueño no estaba dispuesto a ceder y les explicó que pagar con billetes falsos era exactamente igual a no reconocer las deudas que uno voluntariamente asume. Es más, les insistió que el no iba a tolerar que la situación continuara porque si no subía los precios el tendría que sencillamente cerrar el negocio y dedicarse a atender a un público menos tramposo.
Frente a eso los congresistas de la mesa de atrás le insistieron que no podía ser que justos pagaran por pecadores, que era una barbaridad y un atropello y cinco minutos más de argumentos mientras terminaban de digerir un suculento lomo a lo pobre. Frente a lo cual, el concesionario no tuvo más que recordarles que si el aceptaba esos billetes falsos era exactamente igual que condonar deudas. Esas palabras fueron suficiente para que los padres de la patria se levantaran indignados y en protesta se retiraron sin pagar la cuenta.
El concesionario aún más frustrado le contó el problema a un amigo quien le dijo que lo único que el necesitaba era una de esas lámparas con luz ultravioleta que permiten detectar si los billetes son falsos. Nuestro amigo concesionario inmediatamente se fue a comprar uno de esos dispositivos y al llegar al Congreso retiró el infamante letrero. Fin del problema y de la historia.
La pregunta que queda para ustedes es qué mecanismo, similar a la luz ultravioleta, se puede utilizar para evitar las condonaciones de deuda. La respuesta es solamente a través de mostrar la frescura de algunos congresistas de aprobar leyes que los benefician a ellos directamente. ¡Si yo pudiera imprimir mis propios billetes tampoco tendría deudas con nadie! Aunque uno quisiera que el sistema financiero castigue a aquel deudor que se favorecería con una condonación en realidad no es culpa de dicho deudor que algunos congresistas quieran almorzar con mantel largo y luego quieran que alguien pague sus deudas. Esperemos que el Ejecutivo observe una ley en este sentido y que la opinión pública anote cuales son los congresistas que quieren pagar sus deudas con nuestros billetes en lugar de sacar de su propia billetera.
Publicado en El Comercio, Abril 27, 2006
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