A fines del año
pasado dos investigadores del Banco Mundial, Maloney y Lederman, publicaron un
libro muy valioso para nuestros países pues responde a una pregunta crucial
para el diseño de políticas industriales: ¿importa lo que uno exporta?
Este es un tema
complejo pues existe una visión bipolar sobre el tema. Unos sugieren que lo
único que deben hacer los gobiernos es enfocarse en políticas de tipo horizontal.
Es decir, políticas sin pensar en un sector en particular, sino para toda la
economía en su conjunto. Por ejemplo, mejoras en infraestructura. En la otra esquina están quienes sugieren que
los gobiernos deben hacer apuestas por algún sector específico, esté o no
desarrollado. Uno puede pensar en un sector que de repente uno sueña que podría
ser un boom mundial, digamos la quinua, ahora que está de moda.
Lo cierto es que
el apuro por tener políticas industriales típicamente aparece en países con muchos
recursos naturales pues pareciera el remedio para quienes sienten que exportar
minerales en bruto nos condena al subdesarrollo. Para este grupo, se requiere poner
recursos públicos detrás de políticas industriales activas pues de otro modo
las fuerzas del mercado no logran superar
esta potencial vulnerabilidad.
Los autores
hacen un énfasis muy especial en que lo que realmente importa no es qué bienes se producen sino cómo se producen estos bienes. Pensemos en que uno quisiera que en el país
se produzcan bienes manufacturados de alta tecnología, digamos tabletas
electrónicas que hoy están de toda moda. El Estado puede subsidiar esta
actividad para que en efecto se establezcan plantas ensambladoras. ¿Eso era lo
que realmente queríamos? Claramente no. Cuando uno busca que se produzca ese
tipo de bienes es porque confía en que el beneficio de tener ingenieros
pensando en cómo desarrollar esos productos
permitirá producir otras cosas similares que también tienen alto valor
agregado. Sin embargo, cómo llegamos al objetivo de producir esos bienes
importa muchísimo. Este tipo de atajos nos conducen a situaciones no deseables.
Por más que
algunos señalen que la explotación de los recursos naturales genera problemas
de administración de esa riqueza, o puedan ser una fuente de corrupción, igual
deben ser explotados por aquellos países que los tienen. No tiene sentido dejar
de hacerlo porque resulta complejo enfrentar los problemas que pueden venir
asociados a su explotación. Hay que concentrarse en mitigar esos problemas y la
mayor volatilidad macroeconómica que puede venir por tener un único motor de
crecimiento o de atracción de capitales. Los autores no encuentran evidencia de
una maldición de recursos en el sentido que afecte de manera significativa al
desarrollo del resto de sectores.
Asimismo, los
autores concluyen que sigue siendo una mejor alternativa que el Estado promueva
políticas de tipo más horizontal (para todos los sectores por igual) que
aquellas que exigen escoger un sector
específico.
Finalmente, los
autores sugieren que los gobiernos tienen un rol grande en estas tareas. Es
mejor que no dediquen su esfuerzo en escoger bienes o tareas ganadoras. Pero es
indispensable que estén ocupados en la provisión de infraestructura,
estableciendo redes comerciales, así como la acumulación de talento
humano.
Publicado en Marzo 9, 2013
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