Sólo una pequeña
minoría sabe de lo que voy a hablar en esta columna pero déjenme hacer el
intento de explicar a qué me refiero. Esta semana en Davos, Suiza se reúnen los
líderes mundiales en una suerte de retiro anual para pensar cómo arreglar los
problemas del mundo. La frase que ha sido escogida para representar el momento
en que se dan estas discusiones es algo que en inglés suena mejor pero que traducida
sería algo así como “dinamismo resiliente”. En sencillo, se busca que los
países mantengan el 2013 un dinamismo a prueba de muchos obstáculos. Como dijo
la Jefa del FMI, es necesario que se mantenga el movimiento, se ha evitado la
recaída pero no hay espacio para el relax. O como diría Nassim Taleb, el autor
de Antifragile, se busca que las economías no sólo resistan los golpes sino que
salgan fortalecidas de ellos.
El 2013 es un
año de transición. El piso de los problemas parece estar más atrás que adelante
aunque la lista de riesgos a enfrentar es más larga que la lista de regalos de
un niño engreído en Navidad. El año empezó con una generalizada revisión a la
baja de las proyecciones de crecimiento para todas las economías. Sin embargo,
la sensación que es que los riesgos mayores se han evitado o será posible
evitarlos. No es que la economía haya mejorado mucho sino que la política no ha
tenido más remedio que responder a los hechos. Pero estamos muy lejos de
pronosticar un año sin problemas. No es claro como Europa saldrá de sus angustias
fiscales sin mejorar sus proyecciones de crecimiento, o qué tan factible es que
los tres principales bloques mundiales pretendan salir de la crisis exportando
más.
Mi sensación es
que los problemas continuarán y se harán aún más intensos antes de que la
situación económica mejore. Tampoco me parece que la imprescindible cooperación
de la que se habla como una necesidad y no un lujo sea tan fácil de conseguir.
Tenemos en frente una larga lista de problemas que requieren una acción
colectiva. Pero, los beneficios de tomar una decisión que resuelva el problema
no se perciben como concretos y de rápido acceso, sino más bien se tiene la
sensación que los costos muy concretos e inmediatos superan con creces
cualquier potencial beneficio que pueda darse a lo largo del tiempo.
Estas son
situaciones donde es típico ver que frente a una montaña de problemas se hace
poco o nada. Muchas veces la solución simplemente es un parche “mientras tanto”
y no una verdadera solución al problema. Es más fácil patear los problemas para
después, que sentarse con la convicción de resolverlos.
Esta idea de
dinamismo resiliente implica que sería más fácil si es que todos hacen girar la
rueda. Para que esto suceda se necesita coordinación y evitar que algunos giren
en el sentido opuesto al resto. Pero es muy cómodo ver como el resto hace el
esfuerzo mientras uno simplemente no hace nada. Ese es el riesgo que aún está
muy lejos de disiparse en la economía global.
Por eso Roubini habla de un mundo G-0 en lugar de G-20 o G-7. Ningún
país se esfuerza en cooperar a pesar de que la postergación de los problemas
debilita a todos. No olvidemos que es más fácil cooperar cuando el peligro es
inminente, pero la falta de resolución e incertidumbre tienen costos en la
economía real para todos.
Publicado en El Comercio Enero 26, 2013
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