Thursday, August 30, 2007

Seguros contra catástrofes

No tengo idea como enfrentaría la noticia que mi casa se derrumbó con el terremoto. No tengo ahorros que puedan reponerla, no tengo otros activos que pueda vender para reponerla. Lo único que me quedaría sería esperar el auxilio temporal de mis familiares ante la emergencia. Esta debe ser la tortura mental por la que están pasando muchos de los iqueños y para la cual pocos de nosotros podríamos sentirnos preparados.

¿Debería asegurar mi casa contra terremotos? Esta pregunta se la debe estar haciendo más de un lector que ha visto la capacidad destructiva del terremoto de hace dos semanas. La pregunta se hace más difícil de evadir cuando uno se entera que el costo de dicho seguro es relativamente bajo. Usted puede estar pagando 400 dólares al año por tener su auto asegurado cuando asegurar su casa frente a terremotos le costaría la mitad de dicho monto. Obviamente, nos cuesta tomar la decisión de asegurar nuestros activos frente a eventos extremos porque les asignamos una probabilidad de ocurrencia bajísima sino prácticamente nula. Ya sea porque confiamos en la calidad de los materiales que hemos empleado en la construcción o porque nunca vimos ninguna casa en nuestro vecindario caer demolida frente a un terremoto. Por ello el mercado de seguros frente a siniestros tan destructivos como los terremotos prácticamente no existe en Perú.

Pero si de la perspectiva individual o familiar vamos a una más macroeconómica cabría preguntarse que tipo de seguros tiene el Estado frente a estas catástrofes. Por el momento parece que el Estado sólo tiene como estrategia ante el desastre el pedir ayuda a nacionales, extranjeros, religiosos o no, deportistas o artistas, industriales o jubilados. Varias entidades han calculado que el costo de la reconstrucción bordea los 500 millones de dólares. Esta cifra no es gigantesca, sólo representa 0.5 por ciento del PBI y no debería representar un grave bache fiscalmente hablando. Al menos no esta vez.

En un trabajo reciente Barro, un conocido economista norteamericano, encuentra que esos eventos extremos pero infrecuentes han sido mucho más costosos en términos de bienestar que las fluctuaciones cíclicas que típicamente enfrentan las economías. De los 6000 desastres naturales ocurridos en los últimos 30 años más de tres cuartas partes afectaron a los países en desarrollo y 99 por ciento de las personas afectadas fueron de dichos países. Es decir, no sólo tenemos mala suerte sino que cuando la tenemos nos va mucho peor que al mundo desarrollado. Los países pueden entrar en serios problemas macroeconómicos dependiendo de la gravedad del incidente. En Belice el costo del devastador huracán Keith en el 2000 fue de 33 por ciento del PBI. Al año siguiente otro huracán le costó 6 puntos más de su PBI. Como imaginarán se desató una crisis fiscal severa y prolongada sencillamente porque no tenían mecanismo alguno para enfrentar el costo de un evento de esas dimensiones. En Perú como en muchos otros países lo único que se hace es tener dentro del presupuesto anual un fondo para contingencias y un ciento de velitas para poner una a cada santo. Claramente esta no es la mejor solución.

El año pasado México sorprendió a los mercados emitiendo los llamados bonos catástrofe, que le permite a México contar con 450 millones de dólares (casi lo que cuesta reponer los destrozos en Ica) en el caso de un terremoto. Ahora que el MEF tiene un manejo más dinámico de sus pasivos debería poner en estudio la viabilidad y conveniencia de emitir bonos para la siguiente e inevitable catástrofe.

Publicado en El Comercio Agosto 30, 2007

Thursday, August 23, 2007

Fragilidad

La semana pasada la tierra tembló. Ciertamente más de lo que muchos recordaban haber vivido, más incluso de lo que recordaban que podía hacerlo. La semana pasada tres ciudades emblemáticas del Perú quedaron para volver a dibujarlas desde cero. El terremoto no dejó piedra sobre piedra en Pisco y a Chincha e Ica la catástrofe fue tan solo algo menos severa. El terremoto dejó desnudas nuestras carencias y también revivió nuestras fortalezas como sociedad. Para muchos será una excelente oportunidad de sentirse útil con su comunidad, ya sea que haya donado mucho o que simplemente haya ayudado a armar los paquetes para llevarlos a la zona del desastre.

Estos eventos extremos, como lo es sin duda un terremoto, nos recuerdan nuestra fragilidad en muchos sentidos. Para empezar como personas, pues la vida la podemos perder incluso rezando por la de aquellos que amamos que la habían perdido. Podemos perder buena parte de nuestra familia, la cual creíamos tener hasta el instante previo. También se puede perder la casa, escenario de mil recuerdos, de mil disputas, y seguro de otras tantas reconciliaciones. Se puede perder el negocio que marcó nuestra cara y nuestras cabelleras con arrugas y canas, respectivamente.

Las personas pretendemos tratar de protegernos frente a estos eventos extremos pero lo cierto es que poco se puede hacer para lograrlo. El mercado nos ofrece la posibilidad de asegurar nuestras vidas, la de nuestras familias, también podemos asegurar nuestra casa y nuestro negocio. Todos son intentos porque el daño irreversible sea en parte reparable. Nada hará que la pérdida de nuestros seres queridos sea compensada. Y aunque en mucho menor medida, tampoco nos será fácil aceptar que nuestra casa ya no es la misma o repensar si debemos o no reconstruir lo que fue nuestro negocio.

En el Perú el segmento protegido ante estos eventos extremos es mínimo y es por eso que hace falta tanto esfuerzo solidario para paliar ese enorme hueco en la red de protección social. Hoy no quiero criticar lo que se hace o no se hace desde uno u otro sector. Lo cierto es que estos eventos extremos están y estarán presentes en muchas formas en nuestra vida cotidiana, estemos o no conscientes de ello. Esta vez es un terremoto, la próxima será un huayco, o cualquier accidente. No interesa la magnitud social sino el impacto masivo en un individuo.

En verdad creo que el mayor esfuerzo de reconstrucción debería hacerse por el lado de proveer de casas de calidad a los damnificados y de reconstruir rápidamente la infraestructura dañada incluyendo la reposición total del servicio eléctrico. El resto de la recuperación se irá dando en el marco de esa fragilidad que encierra la vida misma. Nunca sabremos si lo que ayer construimos con tanto esfuerzo estará mañana. Pero, siempre tendremos en nuestro interior la paz de haber actuado como debimos con los que siempre serán nuestros hermanos. Hoy nuestras oraciones están con todos ellos.

Publicado Agosto 23, 2007 en El Comercio

Thursday, August 09, 2007

El parto social

Como padre me desespera cuando mis hijos no comparten entre ellos. Muchas veces interrumpo su negociación y decido por sobre lo que ellos puedan haber discutido hasta entonces. Otras veces sencillamente dejo que ellos se arreglen. Muchas veces el arreglo final puede resultar abusivo o injusto para alguno de ellos. Lo que sin duda ninguno tiene en mente en ninguna de esas disputas es que ambos tienen intereses comunes de muy largo plazo y no sólo de muy pero muy corto plazo (como convencerme de comer pizza esa noche en lugar de algo más sano). Como padres nos cuesta mucho poder transmitirles a nuestros hijos que en sus futuras discusiones tengan en cuenta esos intereses comunes de largo plazo. Es más difícil aún, hacerles ver que si entre ellos hay cooperación el resultado final puede ser mucho mejor para ambos. Sin embargo, ellos muchas veces terminan en el peor escenario por no colaborar.

Empiezo de esta manera porque el Perú vive un intento más de llegar a un acuerdo social sobre el futuro común de los peruanos. Lamentablemente el Presidente le encomendó como primera tarea algo que sin duda es absolutamente irrelevante para una enorme cantidad de trabajadores que están muy lejos de ganar algo parecido al salario mínimo. No obstante, la remuneración de muchos trabajadores informales (empleadas del hogar por ejemplo) están de alguna manera atadas al salario mínimo. Lo cierto -y aquí concuerdo plenamente con lo señalado por el ministro de Economía- es que la principal preocupación es que la mayoría de los trabajadores accedan a los beneficios de la formalidad. Desde un punto de vista más global la principal preocupación es cómo hacer que los beneficios del crecimiento sean percibidos por todos y que dicho crecimiento pueda darse de forma sostenible.

Todo el mundo suponía que esto ya había sido encargado al Acuerdo Nacional. Es más dicho grupo había firmado el Pacto de Mediano Plazo por la Inversión y el Empleo Digno hace más de dos años y la verdad es que no tengo idea si es que eso sirvió de algo.

Lo cierto es que luego de los primeros intentos, el Pacto Social no pinta nada bien. La CGTP no quiere saber nada del pacto, la ministra no quiere discutir el salario mínimo en este foro sino en el Consejo Nacional del Trabajo, y los empresarios están desconcertados de ver que el tema era una preocupación presidencial más que una decisión del gabinete ministerial. Por su parte el responsable del Pacto Social ha presentado una lista de temas que nos recuerda a los temas que el Consejo Nacional de Competitividad (CNC) discutió por más de un año en el gobierno anterior. Es más parece que los mismos actores van a volver a ser convocados. La verdad sería más útil que alguien, ya sea el premier o el ministro de Economía asuma lo que el CNC concluyó.

El pacto social se parece cada vez más a un parto social. Un proceso largo, doloroso, donde muchos deben hacer sacrificios personales pensando en el bien común que está por venir. Pero donde nadie está dispuesto a ceder nada que realmente importe para construir ese camino de compromisos mutuos que termina en ganancias mutuas. Mientras unos y otros se animen a cooperar, seguiremos profundizando las diferencias en nuestro país y seguiremos alimentando la posibilidad de soluciones extremas. Pero como dice el refrán popular, gallina que come huevo aunque le quemen el pico.

Publicado en El Comercio, Agosto 9, 2007

Monday, August 06, 2007

Razones para dudar

El discurso presidencial debió terminar con la visión del Perú al 2011. El recuento innumerable de pequeñas cosas hechas diluyó el importante mensaje central del Presidente: el Perú tiene un enorme potencial de estar mucho mejor en unos años con el esfuerzo solidario de todos. Me parece importante remarcar que el Presidente plantee que el Perú debe alcanzar estas metas de reducción de pobreza, mayor inversión y progreso sobre la base de un nuevo modelo. Uno en el que las regiones pasan a tener un marcado protagonismo. En que son los gobiernos regionales y municipales los principales responsables de alcanzar ese mayor desarrollo.

Este cambio puede ser muy interesante porque implica abandonar esa visión virreinal que mencionó el presidente pero también puede implicar una enorme reducción en la calidad del gobierno. No hay nada más falso que algo que sea haga descentralizadamente se haga necesariamente mejor. Deficiencias en la ejecución pueden implicar mayor conflicto social y no necesariamente menos conflicto. El gobierno central tiene que acompañar este proceso sino la lavada le costará más que la camisa.

A pesar de estar muy de acuerdo con los lineamientos generales planteados por el presidente me quedaron sin embargo algunas dudas. Para empezar la austeridad es bienvenida donde realmente se elimina el dispendio. No así donde si hace falta invertir recursos. Un estado eficiente necesita gente capaz. Gente capaz solo hay a precio de mercado. El resto es poesía. Noten que el cambio central de la reforma de la carrera magisterial es que el Estado va a reconocer (en forma de mayor remuneración) a aquellos profesores que por sus méritos deben ser mejor pagados. ¿Por qué el Estado si incorpora la meritocracia para sus profesores pero no para el resto de la administración pública?

Otra potencial fuente de conflicto y pocos resultados concretos es la propuesta de discutir un pacto social. ¿Ese pacto social incluirá a los trabajadores y firmas informales que hoy no incorpora el Consejo Nacional de Trabajo? ¿Seguiremos pactando entre las inmensas minorías sobre temas que afectan a esas mismas minorías? ¿En algo se reducirá la informalidad si el Congreso aprueba el actual proyecto de ley de trabajo tan defendido por miembros de la actual mesa directiva?

Escuché el discurso en la comodidad de mi cama abusando un poco del descanso que permite el feriado. ¿Qué dirán las familias de más bajos ingresos que escucharon el mensaje? ¿Tendrán paciencia? ¿Esperarán que las inversiones los alcancen al mercado global que crecerá este año más de 5%? ¿Esperarán a que el gobierno en el medio de las importantes negociaciones de Tratados de Libre Comercio con varios países se acuerde que también debería poner el acelerador en el TLC interno? El presidente no mencionó esta palabra en su extenso discurso. Ni siquiera habló de su primo lejano, el programa Canola Exportadora.

El shock de inversión pública fue otro de los temas ausentes del debate. El presidente tampoco se acordó de esta fallida iniciativa. Sin embargo, la ausencia de esta inversión está íntimamente ligada a esta desconexión con los mercados que enfrentan las familias y firmas que viven justamente en las zonas donde hay mayor pobreza en el país. No terminé de entender como es que el shock falló a pesar que el presidente pudo leer más de una hora una interminable lista de obras hechas en menos de un año de gobierno.

Termino con una pregunta difícil: Si el gobierno supiera que el crecimiento de la economía mundial se va a reducir significativamente, ¿que es lo que haría distinto?

Publicado en El Comercio, Agosto 2, 2007