En efecto, el dinero que el gobierno gasta procede de los impuestos que pagamos todos (o casi todos) y eso nos da derecho a exigir no sólo transparencia sino rendición de cuentas. Los gobiernos deberían explicar a los ciudadanos de manera frecuente y detallada lo que se hace con los recursos que salieron de sus billeteras. Sin embargo, el presupuesto es una montaña de datos que la gran mayoría no mira porque es tan divertido como leer la guía telefónica. Muchos reportan si el gobierno (nacional, regional o local) gasta lo que tiene o deja de hacerlo. Pero esa no es la información más relevante.
Si queremos pedirle al gobierno que rinda cuentas debemos empezar por preguntar qué meta quería lograr. Si esa meta es pública, como por ejemplo, reducir la desnutrición infantil rural en 5 por ciento con respecto al año anterior, entonces será muy fácil verificar su cumplimiento. Una vez que sabemos la meta, el siguiente paso es preguntarse qué proyecto se ha puesto en marcha para alcanzar dicha meta. Este proyecto tendrá una asignación presupuestal que estará geográficamente localizada. Es decir, el presupuesto de dicho programa dirá que hay recursos para tal o cual región. Esa decisión es un primer punto que debe ser analizado. Porque podemos estar asignando los recursos no en función de quienes lo necesitan sino en función de quienes tienen o no recursos.
Un segundo aspecto que deberíamos evaluar es si el programa está obteniendo los resultados que esperábamos. De repente, hay factores externos que lo hacen tener un resultado menos favorable, o los recursos no terminaron aplicándose adecuadamente. El tema se complica porque muchos resultados no se verán sino en un plazo más largo. La solución no es dejar de evaluarlos sino considerar un plazo razonable o mirar objetivos intermedios.
¿Quién debería hacer esta evaluación y monitoreo? El Congreso debe fiscalizar y podría tercerizar estos estudios para que se hagan de manera independiente. Hoy solo unos pocos programas son analizados de esta manera. Esto hace que no hagamos algo que es esencial: gastar en lo que conviene gastar y dejar de hacerlo o modificar la forma como se hace si es que la actual manera no está dando los resultados que desde un inicio queríamos lograr.
Publicado en El Comercio, Febrero 2, 2011
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