Saturday, June 30, 2012

Condiciones para favorecer la competencia


No es raro que en muchos mercados en nuestro país tengamos situaciones donde no existe una competencia sana e intensa. Cuando esto pasa típicamente el beneficiado es quien provee el servicio, no el consumidor. En parte, esto es el producto de que nuestra economía aun no es tan desarrollada o integrada al resto del mundo. Si los mercados estuvieran poblados por una gran cantidad de potenciales consumidores que pueden con libertad migrar de proveedor del bien o servicio sería otra cosa. Pero piensen en la cantidad de elementos que bloquean este tipo de comportamiento que como sabemos disciplina a los participantes de un mercado. Por ejemplo, si una panadería se le ocurre variar sus recetas para ahorrar costos y ahora nos ofrece unos panes más pequeños al mismo precio que antes, lo más probable es que una buena parte de su clientela le haga saber su inconformidad votando con los pies, es decir, yendo a otra panadería. Si el gobierno pusiera una restricción que impida poner una panadería a dos kilómetros a la redonda, lo más probable es que muchos de esos clientes molestos no les quede otra salida que seguir comprando en dicha panadería. Esa es una típica barrera burocrática que reduce la competencia, y permite comportamientos o decisiones que van en contra del bienestar de los consumidores.

Pero las barreras burocráticas que traban la sana competencia están por todos lados y asumen muchas formas distintas. Acabamos de ver que finalmente después de muchísima discusión se aprobó una norma que exige a las instituciones del sistema financiero a publicar una tasa que permita comparar cual es la opción más adecuada cuando se trata de una tarjeta de crédito. Este ejemplo es muy interesante porque hay muchos productos cuyo “precio” es una mezcla de varios precios. Esto de por si complica el proceso de competencia, pues el consumidor que quiere comparar cual de dos productos le conviene más termina mareado con la multiplicidad de precios que conforman el precio de dicho producto o servicio.

Imaginen que están en una subasta por un servicio pero en lugar de que cada uno de los posibles ofertantes nos den un único precio por sus servicios, uno de ellos nos lanza 10 precios que componen su oferta, otro de ellos nos dice que en realidad tiene 10 precios aunque no corresponden a los mismos 10 servicios ofrecidos por el primero, y así sucesivamente hasta que para cualquiera de nosotros sea imposible comparar.  Por eso que los reguladores a veces deben ayudar a que prospere la competencia evitando que los actuales proveedores de un mercado en particular protejan sus posiciones detrás de una manera confusa de ponerle precio a sus servicios.

Según los modelos teóricos, lo ideal en una subasta es extraerle a cada uno de los ofertantes el verdadero valor de lo que están dispuestos a aceptar por sus servicios, de esa manera el beneficiado es el consumidor que no tiene porqué pagar un precio más  alto que lo que pagaría si hubiese auténtica competencia.  Para que eso pase, se necesita que la subasta se base en una oferta simple de entender, no una mezcla de precios detrás de un servicio. Sin embargo, a veces nuestros reguladores no parecen entender algo tan simple como esto.

Publicado en El Comercio, Junio 30, 2012

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