Dicen que la mejor manera que un niño aprenda
a no meter la mano en los enchufes es que lo haga. La experiencia es tan
traumática que difícilmente la querrá repetir. Uno estaría tentado a pensar que
lo mismo debería ocurrir con las crisis económicas. Aquellos países que han
pasado por crisis deberían curarse del trauma. Pero la historia está llena de
ejemplos en que eso no ha pasado. La pregunta obligada es por qué algunos
países no aprenden o no quieren aprender. La explicación más simple es que en
el experimento en que el niño mete un clavo al enchufe, el único perdedor siempre
será él. En cambio, en una crisis económica no necesariamente todos pierden, y
por lo tanto algunos siempre tendrán incentivos a repetir el experimento.
La solución al problema no está en prohibir
acciones riesgosas que pueden conducir a crisis o confiar en que las
autoridades regulatorias evitarán las siguientes crisis. La solución a estos
problemas está en lo que los economistas llaman en inglés “bail-in” en
contraposición a “bail-out”. Un bail-out
es un rescate donde alguien más paga la cuenta del desastre ocasionado. Un bail-in es cuando dicho desastre es
pagado por quien ocasionó el desastre. De esta manera quedan claros los
incentivos a tomar decisiones que pueden ser muy rentables para unos pero con
unos grandes riesgos para otros. En palabras más sencillas es decirle al
borracho que pague su propia cuenta y que no espere que alguien más lo haga por
él.
Por eso cuando uno analiza la crisis europea y
la compara con el ajuste en Estados Unidos después de la quiebra financiera del
2008 sorprende que en el caso de Europa no hay más de una decena de bancos
quebrados mientras que en Estados Unidos van más de 100. Es claro que en Europa
hay alguien pagándoles las cuentas a algunos países que no vieron la necesidad
de hacer ajustes en su momento.
La semana pasada estuvimos discutiendo sobre la
estabilidad financiera de la región y un destacado profesor de la Universidad
de Berkeley, Barry Eichengreen, mencionó que antes de la adopción del Euro se
pensó que la propia integración comercial que se daría entre los países
europeos llevaría naturalmente a que se busquen y se adopten los mecanismos de
estabilidad financiera para proteger dichos flujos de comercio. Evidentemente
eso no fue lo que pasó.
Si miramos a nuestra región, lo real es que
nos venimos integrando comercialmente cada vez más en las últimas décadas a
pesar de unas pocas excepciones. Hasta ahora la construcción de seguridades
financieras ha sido una tarea más individual y heterogénea que colectiva y
coordinada. La experiencia europea enseña que coordinar acciones en medio de la
crisis es casi imposible a la velocidad que se requiere. En la región ya hemos
recorrido el camino de los escaldados, es decir, los que nos hemos quemado los
dedos en el enchufe varias veces deberíamos fortalecer la red de seguridad
financiera regional. En la región hemos visto como la CAF, pasó de ser una
pequeña entidad de muy pocos socios a ser un auténtico banco de desarrollo de
toda la región. Ahora nos falta construir sobre las bases del Fondo
Latinoamericano de Reservas. La semana pasada se anunció el ingreso de un
octavo país, Paraguay, ahora falta convencer a Brasil, Chile y México.
Publicado en El Comercio, Julio 14, 2012