Ayer se cumplió un aniversario más de uno de los históricos saltos al vacío que el Perú ha dado en su historia reciente. En su momento, la mayoría de la población (me incluyo) consideramos que el golpe radical de timón era absolutamente necesario. A pesar de no haber vivido esos años en Perú la sensación de angustia de buscar en la tapa de los diarios argentinos si volvía a aparecer la esquina de la casa de mis padres bajo el titular “Sendero coloca coche bomba” creo que era razón suficiente para ignorar el respeto por las instituciones.
Es curioso pero uno podría decir que gran parte de la población estuvo a favor del autogolpe del 5 de abril porque sentía que los políticos no les daban lo que más necesitaban: la sensación que alguien se estaba haciendo cargo de eliminar el terrorismo. Hoy, lo que pide la mayoría es otra cosa pero igual que ayer la mayoría de la población no titubea cuando le preguntan por los detalles de los planteamientos. Por aquello que está más allá de los slogans, de las provocaciones para la plaza. Creo que esta comparación es un tanto injusta porque la sensación de descontrol, de desgobierno no son comparables con lo que vivimos a inicios de la década pasada. Sin duda, el gobierno no ha hecho una tarea eficiente pero tampoco es que la labor del gobierno haya sido un desastre completo. La angustia de muchos peruanos es que ahora algunos viven una etapa de bonanza que no comparten y por eso la bronca contra todo lo que parezca el orden establecido.
La economía peruana no crece porque el presidente lo quiere. Por suerte no es así. Es cierto que por diseño el poder del presidente es muy fuerte y muchas veces se impone al del Congreso, pero en la práctica seguimos siendo una economía pequeña y abierta. Por ello, cuando al resto del mundo le va mal es muy difícil que a nosotros nos vaya bien. Igualmente cuando las cosas van bien afuera (como en estos años) al Perú también le va bien. Claro está para muchos estas últimas dos frases no son ciertas. Para ellos no importa como les va el mundo, a ellos sólo les importa si es que la mano generosa del Presidente y del Estado los favoreció o no. Los gobiernos no han hecho lo suficiente para que todos podamos compartir el sentimiento de que es nuestro esfuerzo como país el que hace que nos vaya mejor que al mundo, no importa si las cosas afuera son más o menos complicadas. Nuestras recetas en lugar de integrar a esta amplia porción de la población típicamente ha sido darle mayores potestades a quien elegimos presidente confiados en que estaremos en la ruta de esa mano generosa. Realmente esa visión es terrible pues ciframos nuestro destino a una volátil voluntad ajena y no a nuestro esfuerzo y trabajo.
Es hora que los peruanos dejemos de creer que la historia se debe escribir a punta de golpes de timón. Es cierto que quien maneje el barco de nuestra economía deberá tener un norte claro y entender que poco se consigue si sólo se consigue para unos pocos. Para ello se necesita del esfuerzo de todos, en especial de los que hoy dicen que harían cualquier cosa por el Perú. Después del domingo los peruanos necesitamos que nuestros políticos entiendan de una buena vez que ellos se irán en cinco años y nosotros nos seguiremos quedando.
Publicado en El Comercio, Abril 6, 2006
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